sábado, 7 de julio de 2012

Julio en la Sierra de Segura
























Por si cabía alguna duda de quién es el que dirige la música de la Naturaleza, con la llegada del verano el sol se hace el dueño absoluto de la situación: su calor aquieta los ritmos y aplana las notas. Salvo el obsesivo sonido de las chicharras en los pinares, el silencio se adueña del bosque, porque apenas hay aves que aún estén reproduciéndose, los mamíferos solo  buscan el alivio de la sombra y los anfibios y reptiles reducen al mínimo su actividad. Pero tanta quietud es engañosa. En primavera siempre hay superproducción de seres vivos, tanto vegetales como animales, que es una de las estrategias de las especies para asegurar su continuidad. Y el verano es tiempo de criba y aclareo. Así que julio y agosto son meses de lucha despiadada por la supervivencia, por conseguir un hueco bajo la luz en el caso de las plantas, y por comer y no ser comido en el de los animales. La mayoría de los jóvenes retoños, que se enfrentan por primera vez a la cruda vida con sus propios medios, serán devorados o morirán de hambre.

Mucho calor, sí, pero por eso se goza más del frescor bajo el nogal, del canto de la fuente, del frío regenerador del agua de la poza, del aroma del poleo cuando lo recogemos al atardecer a la vera del arroyo. Algunos cardos florecen con un llamativo color fucsia. El torvisco echa sus florecillas blancas, y fresno y el arce dan sus frutos alados. La sombra del avellano es un lujo de calma y bienestar. A finales de julio comienzan a madurar las avellanas, de ahí el refrán "por Santa Magdalena la avellana está llena" (22 de julio), durando hasta octubre la fructificación. Los helechos esparcen millones de esporas. Y hay lugares tan mágicos en la Sierra de Segura que, en julio, se adornan con pequeñas fresas silvestres. 

Los insectos parecen ser los únicos que están a sus anchas con tanto calor. Es la hora del pesado zumbido de los escarabajos, de la inquietante figura de la mantis, del temido escorpión y de los chinches, de las hormigas y las abejas, de las moscas y los mosquitos. Por las noches, los machos de grillo siguen chirriando incansablemente para atraer a las hembras.

Del libro "La Sierra de Segura. El Sur Verde". Javier Broncano y Joaquín Gómez

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