martes, 11 de junio de 2013

Pastores bajo los truenos


No me extraña que existan escuelas de pastores: el oficio tiene miga. La foto está hecha el pasado jueves 6 de junio, en el cañón del Segura, a la altura de la confluencia del arroyo Patas con el río Segura (entre Poyotello y Huelga Utrera, no lejos de Pontones), e intenta reflejar los esfuerzos de tres pastores y varios perros carea para mover un numeroso rebaño de ovejas, que permanecía arriscado y totalmente paralizado, tal vez por la tormenta que acababa de descargar. Los ganaderos se desgañitaban, silbaban, emitían esa clase de gritos que sólo ellos conocen, gesticulaban con los brazos, movían enérgicamente sus varas, subían y bajaban con agilidad en torno al rebaño, pero las ovejas no movían ficha. Así durante un largo rato, hasta que empezó a llover de nuevo, esta vez mucho más fuerte. 

Mis compañeros y yo dejamos de observarlos y pusimos pies en polvorosa con paso ligero, ligerísimo, lo que no pudo evitar que nos calásemos hasta los huesos tras caminar durante una hora y cuarto bajo una lluvia intensa, adornada por truenos y rachas de granizo, para la que no íbamos muy preparados dado que la predicción de Aemet para el municipio de Santiago-Pontones era 0% de lluvia. Bueno, al final nos esperaba un vehículo y después una ducha caliente en casa. Pero, ¿y los pastores? Allí quedaron, con sus ovejas como estatuas de cera, emulando la legendaria escena de Amanece, que no es poco, donde las estáticas ovejas -también segureñas, por cierto- se dedicaban a "componer una escena". Seguro que los tres pastores acabaron sacando de allí a sus ovejas y culminaron su viaje trashumante, pero su caladura tuvo que ser mucho más desagradable que la nuestra.

Creo que no nos hacemos idea de las pesambres que pasan estos profesionales de la ganadería, ni siquiera los que los tenemos más o menos cerca, y no digamos el consumidor de una ciudad que compra unas chuletas de cordero pulcramente envasadas, y que ni siquiera sabe si provienen de ganadería extensiva. Para muchos de ellos, y para sus hijos, el campo es "ese horrible lugar donde los pollos se pasean crudos", como escribió Gabriel García Márquez allá por 1981. 

Unos cuantos rebaños de ovejas segureñas, en estado aún crudo, se dan cada año un par de paseos de varios cientos de kilómetros para desplazarse desde Sierra Morena hasta los pastos altos de Santiago-Pontones y viceversa, guiados por sus pastores, que con esta práctica ancestral aúnan economía y ecología. Se merecen un reconocimiento, mejor aún si es en forma de un precio adecuado para su exquisito producto, criado bajo el granizo, la solanera, el ventarrón y el nevazo. ¡Que tengan suerte!

Foto: Javier Broncano Casares